Me invitan a hablar de cáncer o de mi proceso en torno a la enfermedad y advierto que, para mí, ha supuesto una experiencia, sí, y una putada también, de entre tantas que nos presenta la vida.

En ocasiones, la vida se rebela como un terremoto constante, o como una montaña escarpada, o como un lago de cimas profundas… Como un camino que, a veces, nos parece eterno pero que, como todo, supone un principio y un final tan misterioso y desconocido como el devenir mismo de nuestras vidas.

Recuerdo la mañana, de vuelta de la primera prueba médica. Aún no tenía diagnóstico e ignoraba que había sido la primera de muchas otras que la seguirían. A la entrada del trabajo, coincidí con los compañeros de oficina que pretendían relajarme haciendo comentarios banales. A pesar de la buena intención y las bromas, no era capaz de disimular el miedo, la consciencia de peligro y el susto que, además del dolor, me llevé por sorpresa.  Mi hijo y mi hija aún lactaban y yo pensé que el bultito sería de leche, así que hacía tiempo que lo arrastraba. Intenté no echarme la culpa por no haber ido antes al médico, pero siempre pendería sobre mí el “si hubiera…” .

Era una mañana cualquiera, de esas que no esperas que pase nada. Y, a menudo, esperamos, en la vida, que nos pasen cosas y seguimos sin percatarnos de la inmensa importancia que tiene todo. Y que no tiene, porque solo necesitamos un nuevo día y, este don diario, supone una bendición que hay que agradecer y que nos obliga a cuidarnos para ir sumando días sin pedir más. Sabiendo que nada más nos hace falta.

La persona que me invita a escribir y que nos invita a todas a leer este espacio, me pregunta si hablaré de lo que me empujó a publicar mi poesía, inédita en aquel momento. Ella que me conoce de aquel período convulso y confuso, ella que agarró mi mano y me ayudó a guiarme entre tanta oscuridad, fue testigo de esa exhibición de mi intimidad que decidí que tenía sentido tras sentirla amenazada, tras intuir que no era ilimitada ni eterna. Supe que merecía, no solo cuidado, sino también un conocimiento y un respeto de una misma como de lo más preciado y valioso.  Y para eso, afrontar la desnudez de un folio, es una buena manera. Como no podemos desligar este conocimiento del cuerpo, de nuestra entidad física que conforma nuestra realidad, de lo que somos y que nos define.

De esta idea tan simple, de esta obviedad, se desprende todo un mundo de posibilidades y alternativas porque la responsabilidad, cada una la entiende o la interpreta a su manera. Para unas implica no comer animales, para otras supone mantenerse en forma, para las otras buscar un equilibrio a través de terapias… Y es que, el cuerpo no pertenece a nadie más y aquí no hay lecciones ni fórmulas magistrales ni verdades absolutas que nos puedan imponer. Incluso la irresponsabilidad es una opción, que sea válida o no depende únicamente de nuestro criterio, ya sea del propio o de aquellas personas a quienes cada una da crédito. Hasta se puede –quizá para algunas, se debe– desmontarse y pelarse como las capas de una cebolla hasta dar con la esencia que nos conforma, lejos de estándares de belleza ajenos, lejos de consejos de médicos o familiares, lejos de opiniones impostadas.

Quizás lo que finalmente me animó en la pretensión de descubrirme y mostrarme y de reivindicarme no fue la conciencia de una muerte que amenaza con el final, sino la seguridad de estar sola frente a la misma y, la dimensión más aterradora de la responsabilidad del propio cuerpo, de la enfermedad y el dolor que les atribuimos.

Y publiqué mi poemario que empieza y acaba con elegías dedicadas a las muertes del padre y del amigo respectivamente, pero que también abunda en ilusiones, alegría, deseos, añoranzas, secretos, recuerdos… vida.

No hubo, como esperaba, un antes y un después. Pero, tal vez, este recorrido, este descubrimiento, este legado, sea útil a otros cuerpos y almas en revisión, descubriéndose. Confrontar lo que somos, a menudo requiere una medida y un dimensionamiento que se obtiene por comparación, en el reflejo de personas similares. En este caso, nuestras experiencias físicas y nuestras vivencias circunstanciales y emocionales nos hermanan. Opino que comprendemos desde el entendimiento que supone la empatía. Y este viaje de ida y vuelta hacia una misma, hacia dentro y hacia afuera para conocerse recuerda tanto a la vida misma, con su alfa y omega, con su inevitable ciclicidad…

Me siento muy afortunada de haber encontrado, entonces, mujeres en las que poder contemplarme (como en un espejo). Y me siento muy afortunada de compartir con otras mujeres mis experiencias y opiniones. Siento que esta capacidad de encuentro, de búsqueda, de compartir entre nosotras nos permite seguir creciendo individual y colectivamente. Nos hace más fuertes.

 

Marta Clarós

∼ Absolutamente principiante, persiguiendo la ilusión y la curiosidad del reflejo de los ojos que entran en los míos ∼

Autora del poemario «Las Tardes Que no Estabas»