Cuando lo tienes, porque te pesa en la mochila y cuando lo has superado, porque sus cicatrices físicas y emocionales te enfrentan a tu nuevo “yo”, a un cuerpo mutilado y a unas emociones desbordadas y descontroladas…

Con ayuda, a veces profesional, y con tiempo, tu nuevo “yo” ya no te parece tan extraño y, con idas y venidas, vas aceptando y reconstruyendo tu vida con tus nuevas circunstancias y limitaciones. Con suerte te reinventarás, encontrarás tu mejor versión, consecuencia del llamado “crecimiento postraumático”, y estarás orgullosa de tus cicatrices que, al final, son la prueba de que has salido viva del mal trago que supone padecer un cáncer y sus correspondientes tratamientos…

A medida que pasa el tiempo y vas aceptando estas nuevas circunstancias, parece que el peso de la mochila se reduce… ¡Qué alivio!… Hasta que a tu alrededor el cáncer vuelve a extender sus tentáculos y se presenta de nuevo en el cuerpo de alguna mujer de tu entorno…y la mochila vuelve a pesar… Un pellizco en el pecho te recuerda tu proceso. Un guantazo de realidad te golpea de nuevo… Pero, aun así, y quizá derivado de esto, intentas apoyar, sin dudarlo, a la nueva “víctima” de esta enfermedad, desde dentro, desde el conocimiento que te da la experiencia vivida…

Acompañando a otras mujeres en este proceso, parece que das la mano a estos recuerdos y puedes seguir avanzando después del primer impacto… La mochila parece que pesa menos cuando compartes camino, y la alegría aumenta exponencialmente cuando cada vez sois más mujeres quienes conseguís llegar al final con vida.

Pero, desgraciadamente, no todo son éxitos en este proceso… A veces, el cáncer vuelve, el miedo a la recidiva encuentra su razón de ser y la mochila empieza a pesar tanto que te impide caminar, a pesar de no ser tú quien tiene metástasis… De repente, tu experiencia vital ya no sirve para acompañar a quien tienes al lado, de repente tus cicatrices sangran de nuevo “¿Ha sido en vano? No puede ser…”

Como agua que se escurre entre los dedos, inevitablemente sientes que la vida se le va… La muerte acecha de nuevo con sed de venganza por haberla burlado años atrás… y tus “problemas cotidianos” pasan a otro plano… Parece que sólo puedes hablar de esperanzas, de lucha, de tomar consciencia, de vivir cada momento… pero te sientes desconcertada, enfadada con la vida, por lo injusta que puede llegar a ser, porque te está arrebatando a alguien que querrías tener cerca siempre, porque no es tu hora, sino la suya, porque le ha tocado a ella y no a ti, porque tú puedes preocuparte por banalidades y ella no tiene otra opción que preocuparse por seguir viviendo. Su vida se ha reducido a esto: seguir viva…

Y te sientes impotente por no tener en tus manos su alivio, su cura… por no poder hacer nada para aligerar su mochila, por no poder abrazarla y decirle “saldrás de esta” … Tan sólo puedes caminar a su lado y compartir hasta donde ella quiera, hasta donde ella necesite, con todo tu amor… Nada más… Y te colocas la sonrisa social que te acompañó durante el cáncer, pero estás rota por dentro y no dejas de pensar qué injusta es la vida, ¡Qué injusta!

¡EL CÁNCER NO ES ROSA!

 

Y te derrumbas.

Y lloras hasta desfallecer.

Elisenda Escriche

superviviente de cáncer de mama