Simplificando hasta la extenuación, la compleja relación establecida entre cáncer y emoción podría ser entendida desde tres perspectivas distintas:

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Es evidente que el cáncer de mama constituye para la mayoría un evento vital altamente estresante. Las reacciones de ansiedad, tristeza, irritabilidad, desesperanza, labilidad, temor… suelen ser frecuentes como consecuencia o respuesta al diagnóstico y tratamiento de la enfermedad. Correspondería como tarea asumida por el profesional y la paciente aliviar en lo posible la intensidad de esta respuesta de cara a mejorar la calidad de vida y facilitar los procesos de adaptación de las mujeres afectadas… todos de acuerdo, ¿no?

 

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Un paso más. Para algunos la reacción emocional de la paciente constituye un elemento importante a la hora de determinar el pronóstico y los índices de supervivencia. Es decir, aquellas mujeres que manifestaran menores niveles de distrés y conservaran su estado anímico estarían supuestamente en mejor disposición de sobrevivir, incrementarían los periodos libres de enfermedad o evitarían las recurrencias del cáncer. Si bien es esta una línea de investigación activa en psicooncología, involucrando la psique con los sistemas inmunitario y hormonal, desgraciadamente no estamos en disposición de realizar afirmaciones rotundas científicamente constatadas. En el ámbito de lo posible pero todavía no probado…

 

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Dos pasos más. Para determinados grupos las emociones constituirán el factor clave para explicar la génesis de la enfermedad y, por lo tanto, el núcleo central de su tratamiento. Ya sea en forma de experiencia traumática o como gestión inadecuada del mundo de los afectos, según esta perspectiva detrás de todo cáncer existiría un problema emocional a resolver. En mi opinión y desde el total de los respetos, es esta una lectura completamente especulativa carente de base científica.

 

Así, una misma técnica psicoterapéutica como facilitar la expresión emocional podría ser utilizada, según la perspectiva adoptada, para mejorar el estado anímico de la paciente, incrementar sus posibilidades de supervivencia o curar la enfermedad, siendo estas opciones no excluyentes. En todo caso interesa para este análisis crítico constatar que, a diferencia de otras patologías donde la carga de la prueba recae estrictamente en factores biológicos u orgánicos, en cáncer, y especialmente en cáncer de mama por aquello de lo eterno femenino ya comentado en otras tesis, el mundo de las emociones se encuentra perpetuamente presente de forma más o menos explícita. Aún más, constataríamos que este universo afectivo femenino tiende a dibujarse a partir de parámetros cercanos al mal funcionamiento y déficit de recursos. Un par de ejemplos de muestra:

 

A

En un ya lejano 1980 los investigadores Morris y Greer publicaron un artículo donde se constataba el vínculo entre un determinado modelo de conducta o patrón de personalidad, denominado tipo C, y la aparición de cáncer. A muy grandes rasgos,  la personalidad tipo C se definía por:

  1. El sujeto utiliza la razón y la lógica para evitar las emociones negativas surgidas en los contactos interpersonales
  2. No exterioriza la ansiedad, enfado y tristeza, reprimiendo como norma general la expresión de sus emociones y
  3. Se inclina por negar sus necesidades para salvaguardar la armonía en las relaciones con otras personas.

En pocas palabras, Morris y Greer afirmaban haber establecido una asociación entre la inhibición de las emociones negativas y el cáncer de mama. Tras dos décadas de investigación no se ha podido constatar empíricamente esta asociación ni los mecanismos sobre los que se sustenta, motivo por el cual el prometedor patrón tipo C permanece hoy en el baúl de los recuerdos psicológicos a la espera de mejores tiempos.

 

B

Estos mejores tiempos han venido propiciados por la popularización del concepto inteligencia emocional (IE) llevada a cabo por Goleman (1995) en la esfera empresarial. Sin entrar en detalles, en su versión científico-psicológica el modelo de Salovey y Mayer (1990) entiende la IE como un conjunto de habilidades que involucran la capacidad de percibir con exactitud nuestro estado emocional; comprender e interpretar nuestras emociones de forma adecuada; generar pensamientos utilizando la emoción como elemento motivacional y regular de manera funcional nuestro mundo afectivo. Omnipresente en todos los ámbitos de la actividad humana, la IE tiene entrada franca ante un diagnóstico oncológico; si podemos rastrear la supuesta influencia de las emociones en el complejo de causas propiciadoras de enfermedad hasta principios de la ciencia médica, no resulta difícil pronosticar que mejorar la supuesta carencia de habilidades IE en mujeres con cáncer constituirá en pocos años una práctica habitual entre los psicooncólogos.

Sirvan estos dos ejemplos entre muchos para ilustrar nuestra tesis extravagante. Recordar en todo caso la terrible e impactante sentencia del Dr. Bernie Siegel, autor de un best-seller de profunda influencia en el ámbito anglosajón titulado Love, Medicine & Miracles (1984): “No hay pacientes con cáncer incurables, sino pacientes que no se quieren curar”. Para el Dr. Siegel el cáncer constituiría el producto de un nudo o conflicto emocional que la enferma se negaría a reconocer y solventar y, por lo tanto, en último término la curación del cáncer sería responsabilidad de la paciente. Y es que desde una perspectiva crítica cabe distinguir entre prestar soporte profesional ante sintomatología emocional propia del distres y, otra cosa muy distinta, atribuir el proceso oncológico a unos supuestos déficits en la gestión de las emociones de la paciente. En este último caso, como ejemplifica el Dr. Siegel, se podría incurrir con facilidad en el error de “blame the victim” o culpabilizar a la víctima, es decir, inculpar a la paciente de unos males atribuidos ahora a sus carencias personales (fenómeno por otro lado bastante frecuente, como cuando se culpabiliza a la mujer que ha sufrido una agresión por ir vestida de forma provocativa, o se responsabiliza a los pobres por sus condiciones de vida atendiendo a su vagancia y falta de iniciativa…).

Ante la ausencia de datos empíricos que demuestren la relación causal entre déficits emocionales y desarrollo de un cáncer, quizá lo más adecuado para todos consista en atribuir la enfermedad a una mutación genética aleatoria de la que no somos responsables… realizando en todo caso nuestra aportación preventiva mediante la adhesión a estilos de vida saludables si se considera oportuno.